lunes, febrero 27, 2012

Tres horas

Tres horas. 180 minutos. Una cantidad ingente de segundos. Pueden ser largas o cortas, según se mire. Follando con Elsa Pataky, cortas. Hablando con Elsa Pataky, largas. Durmiendo, cortas. Clavándote alfileres en los ojos, largas. Creo que quien más quien menos puede entenderlo. Al menos los que hayan visto Barrio Sésamo. De los educados ciudadanos de la ESO ya no estoy tan seguro.

Tres horas. En el maratón es la marca que separa a los hombres de las gominolas. No es UN objetivo. Es EL objetivo que cualquier popular con un mínimo de sangre en el cuerpo quiere superar. Un segundo menos de 180 minutos. O lo que es lo mismo, 42.2 kilómetros a 4’15’’ el kilómetro. Una risa para algunos pocos, un puto calvario para otros muchos. Entre los que me incluyo. Por supuesto.

Tres horas. Eso fue lo que me dijo el jodido diablillo de mi hombro izquierdo. Citándole textualmente: “tres horas, nenaza, a que no hay huevos”. Y yo odio que me llamen nenaza. Especialmente el jodido diablillo de mi hombro izquierdo. Dios, cómo odio a ese pequeño hijo de puta. Porque yo soy del norte, y en el norte te enseñan que aquí no se da un paso atrás ni para coger carrerilla. Van a caer las tres horas por mis cojones. No te jode.

Tres horas. Lo escribes en un papel que pegas en la puerta de casa el primer día de los cuatro meses de entrenos que has planificado. Y sales a correr. Con sol, con frío, con lluvia, nevando. Sobre hierba, sobre asfalto, sobre barro, sobre nieve. En buena forma, cansado, tieso, ágil, resacoso, con jetlag o sin él. Series, cuestas, tiradas, rodajes, saltos, miles, dosmiles, fartleks. Porque el entreno no se negocia. El entreno se hace. Y punto. Como comer. Porque has dicho que vas a bajar de las tres horas. Por tus santos huevos.

Tres horas. Eso le dices a la andaluza el día antes del día D mientras te metes para el cuerpo el décimo kilo de pasta de la semana. Imposible. No lo veo. En la puta vida voy a conseguir correr a ese ritmo durante 42 putos kilómetros. La andaluza te mira. La andaluza se ha cruzado este país de pandereta nuestro de punta punta, de Santander a Sevilla, para que no sufras solo y para recoger los cachos a la llegada. Lo vas a hacer, dice. Puede que sí. También puede que no. La cosa va a estar muy justa. Lo único seguro es que por muy del norte que seas, estás cagao.

Tres horas. Eso pone en el globo del tipo que marca el ritmo. Oye, ¿a cuánto piensas pasar la media? A 1h29’, para tener un poco de margen. Joder, un margen de cojones, piensas tú. Ponen el Thunderstruck de ACDC. Da igual, sigues con más miedo que vergüenza. Te pones de los primeros sin mucho esfuerzo. Casi te abren paso. Total, ahí pareces el jodido chuache comparado con los fideos de tu alrededor. Y tocan a rebato. A mi señal ira y fuego. A quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Y sobre todo, maricón el último.

Tres horas. Mantra repetido hasta la saciedad mientras vas pegado al culo de un tipo que te ha dicho que piensa pasar en 1h27’30’’ la media. Un metrónomo. Pasa en 1h27’25’’. Sin inmutarse. Tú te empiezas a inmutar en el 25. Le agradeces a la liebre y bajas el pistón un poco. En el 34 llega el momento malo. Bueno, el momento peor. Malos son todos. Hay gente que piensa que como son 42 kilómetros los primeros los harás al tran tran. No. Los primeros los haces a toda ostia. Los del medio a toda ostia. Y los últimos a toda ostia. Y para cuando llegas al 34 tu cuerpo ya está cansado de ir a toda ostia. Es más, está cansado de ir. Ahí empieza la maratón. Tu cabeza, tus cojones y tus ganas de sufrir, contra tus putas piernas. Joder, no se me puede ir ahora. Pánico. May day. Me la suda, aquí me muera que como hay dios que no bajo el ritmo. Y no lo bajas. Y el avituallamiento te da la vida. Y en el 37 has pasado la crisis. Y en el 40 sabes que lo haces. Y terminas con fuerza y entras al estadio mientras todo el mundo grita. Y por encima de todos se oye a la andaluza, que se deja la garganta y se emociona porque sabe lo que has sufrido. Y en vez de un jodido globero, pareces alguien. 4 meses 2 horas 58 minutos y 5 segundos después de haber salido.

miércoles, febrero 22, 2012

Las apariencias engañan

Pues no, no estamos muertos. Mutilados y malheridos sí, pero de ahí a ver la luz al final del túnel blogueril no, no sean tremendistas. Es sólo que nos hemos convertido en, glups, treintañeros con, glups, responsabilidades.

En fin, a lo que vamos. Anda el irlan preocupado y resentido porque en su última incursión en el mundo del maratón el pasado domingo (día grande para el madridismo del fútbol con canastas) un tipo más bien bajito y regordete le batió en buena lid. Y para un vigoréxico como él eso no puede ser.

Ay, si es que a pesar de su avanzada edad no acaba de escarmentar y sigue con sus prejuicios adolescentes. Uno no debería prejuzgar a sus rivales en una carrera popular, jamás de los jamases. Hay gente muy preparada ahí fuera. Y sé de lo que me hablo, ya que en mis tiempos mozos de empollón escolar jugador de baloncesto sé a ciencia cierta que mis compañeros de clase se imaginaban algo así cuando les hablaba de mi partido del fin de semana.



Mientras tanto servidor como sus compañeros, en gran medida de similar nivel empollonil, nos veíamos más parecidos a esto:



Supongo que nos quedamos en un ni pa ti ni pa mi.

En fin, que ya saben, cuidadín cuidadín a la hora de competir con perfectos desconocidos con pinta sospechosa. Los cracks están a la vuelta de la esquina.

Y olvídense de dietas estrictas, bajadas de calorías y chorradas similares. Al final los gorditos son los que triunfan en el mundo del deporte. Otro día Miguelovas les abunda en esta interesantísima temática.